Es el órgano de difusión del Instituto de Capacitación Discursiva: Investigación y Docencia (ICDID); un medio de divulgación científica que publica artículos realizados como proceso de investigación en ciencias culturales, tales como lingüística textual y análisis del discurso,educación, filosofía, psicología, sociología, política, entre otros.
domingo, 31 de mayo de 2015
CONSEJO EDITORIAL
RESPONSABLES DE PUBLICACIONES
Dr. Gerardo Roa (Lingüista y pedagogo)
Dr. Marcos Zalaba (Comunicador y filósofo)
Dra. María Martínez (Psicóloga y educadora)
Mtro. Neustánder Espinosa (Lingüista y pedagogo)
PARES CONSULTORES
Dr. Manuel Matos Moquete
Dr. Rafael Morla
Dr. Andrés Mejero
Dr. Francisco Acosta
Artículo teórico. Temática educativa
Variables incidentes en la evaluación de la percepción
educativa
Variables incidents in the evaluation of educational perception
Dra. Ada Bazil Deñó
Universidad APEC, Santo Domingo, RD
Dr. Julio Barroso Ozuna
Universidad de Sevilla
Resumen
Este artículo es, en parte, un
resultado teórico de la investigación doctoral que realizamos, con la finalidad
de evaluar la percepción de los programas educativos de postgrado ofertados por
la Universidad Acción Pro-educación y Cultura (UNAPEC), República Dominicana. Sin
embargo, sus principios son generales. Desde una perspectiva teórico-exploratoria,
el artículo expone siete variables, destacando el papel que tienen en la
percepción que la sociedad puede formarse sobre un determinado programa
educativo.
Palabras clave: Educación, evaluación,
percepción, calidad, tecnología.
Summary
This article is in part a theoretical result of the doctoral research we did, in order to evaluate the perception of education graduate programs offered by the University Action Pro-Education and Culture (UNAPEC), Dominican Republic. However, its principles are general. From a theoretical and exploratory perspective, the article presents seven variables, highlighting the role they have in the perception that society can be formed on a particular educational program.
Keywords: Education, evaluation, perception, quality, technology.
La percepción
educativa puede ser evaluada a partir de un conjunto de variables definidas.
Este incide en las ideas concebidas por la sociedad sobre un determinado
programa o institución educativa. De acuerdo a nuestras revisiones bibliográficas,
dentro de las principales variables de percepción educativa, resulta
conveniente tomar en cuenta las siguientes: el sistema de evaluación, las
unidades didácticas, la calidad educativa, los procesos de
enseñanza/aprendizaje, el modelo de investigación y las tecnologías educativas.
Las reflexiones siguientes presentan las implicaciones de estas variables desde
el punto de vista de las investigaciones educativas contemporáneas. Sin
embargo, antes creemos conveniente ofrecer algunas conceptualizaciones sobre el
concepto de percepción educativa.
La percepción educativa
El
Diccionario de Lengua Española Espasa Calpe (2005) define percepción como la
acción y efecto de percibir y, sucesivamente, define percibir como la acción de
“recibir sensaciones a través de los sentidos”. Asimismo,
para Roca (1991), el término
"percibir" proviene de la palabra latina "percipere":
"apoderarse de algo, recibir, percibir, sentir"; y del término
también latino "capere": coger. Según este mismo autor, el término
"percepción" se remite al término "sensibilidad" y éste
tiene los siguientes sinónimos presentados en tres grupos:
o "Perceptibilidad,
perceptividad, intuición, agudeza, hiperestesia, sentido."
o "Conocimiento,
sensación, impresión, percepción, imagen, representación, excitación."
o "Sentir,
experimentar, percibir, notar, apreciar, advertir, observar, padecer, sufrir,
entrar en, impresionarse."
Según Vargas (2012) la psicología es una de las principales disciplinas que
se ha encargado del estudio de la percepción. Tradicionalmente este campo ha
definido la percepción como la conciencia que consiste en el reconocimiento,
interpretación y significación para la elaboración de juicios en torno a las
sensaciones obtenidas del ambiente físico y social, en el que intervienen otros
procesos psíquicos entre los que se encuentran el aprendizaje, la memoria y la
simbolización.
En términos generales, Oviedo, G.
(2004, pp 89-96) sostiene que la labor de la percepción consiste en un intento
de agrupación de la información circundante dentro de unidades simples que le
permitan a la conciencia adquirir noción de objeto y con ello afinar su
capacidad abstracta. La percepción es entendida como un permanente acto de
conceptualización. Los eventos del mundo externo son organizados a través de
juicios categoriales que se encargan de encontrar una cualidad que represente
de la mejor manera posible a los objetos.
Por su lado, Bruner, et al (2010) hizo
un gran esfuerzo por demostrar la influencia que tienen las variables
cognitivas y motivacionales en la percepción. Distingue tres fases en la
percepción: 1) Una fase pre-perceptiva, en la que el sujeto está a la
expectativa de un determinado acontecimiento, llevado por sus esquemas
intelectuales o motivacionales. 2) La fase de la recepción de la información.
3) La fase de evaluación de las hipótesis perceptivas, en la que el sujeto
juzga la adecuación existente entre sus expectativas anteriores y la
información recibida. Según este autor, si los objetos percibidos no se
corresponden con las expectativas del sujeto, pueden darse distorsiones
perceptivas, y se sobrevaloran las características que se corresponden con las
expectativas del perceptor.
La percepción se asienta pues sobre la
formulación de hipótesis y sobre la toma de decisiones, influyendo en ella las
necesidades, valores y deseos del sujeto.
Bruner (2010, ib.) pudo observar que
los sujetos interpretaban de modo diferente una imagen humana ambigua, expuesta
a ellos durante un breve momento. Los que tenían fuertes valores religiosos,
percibían a un hombre en actitud de rezar; los que compartían valores de la
ética protestante, percibían a un hombre trabajando. Por lo tanto, la
percepción debe ser entendida en función de la situación histórico-social, pues
tiene ubicación espacial y temporal. Depende de las circunstancias cambiantes y
de la adquisición de experiencias novedosas que incorporen otros elementos a
las estructuras perceptuales previas, modificándolas y adecuándolas a las
condiciones.
Para Vargas (2010, ib.) la percepción
atribuye características cualitativas a los objetos o circunstancias del
entorno mediante referentes que se elaboran desde sistemas culturales e
ideológicos específicos construidos y reconstruidos por el grupo social, lo
cual permite generar evidencias sobre la realidad.
En el mismo sentido, Riascos-Erazo
(2009) ha realizado una investigación que tiene como objetivo identificar la
percepción de los profesores respecto al uso de las Tics en la enseñanza
universitaria. Esta autora plantea ideas bien fundamentadas, como es evidente
en la cita que a continuación presentamos:
“La percepción hace
referencia, según la Real Academia de la Lengua (2008), a la sensación interior
que resulta de una impresión material hecha en los sentidos”…
Todas estas definiciones coinciden en
explicar la variable percepción, como concepto fundamental de nuestra
investigación. Se trata precisamente de evaluar conocimientos, ideas,
sensaciones e impresiones que han recibido o reciben los participantes
(estudiantes, egresados y profesores) sobre los programas educativos. Por ello,
la percepción educativa se refiere a la evaluación de las impresiones de
programas educativos con la finalidad de extrapolar principios para fortalecer
posibles propuestas de reforma.
La evaluación educativa
Según el
Diccionario de la Real Academia Española (DRAE, 2014), en educación la
evaluación es asumida como el proceso que mueve a docentes e investigadores
educativos a “estimar los conocimientos, aptitudes, y rendimiento de los
alumnos”, lo que equivale a “señalar su valor”. Es precisamente esa idea de
evaluación educativa la que en este epígrafe presentamos, desde la óptima de
diferentes autores.
Según
publicaciones de la UNESCO (2007) en nuestros tiempos caracterizados por la
circulación de saberes deberían propiciarse ambientes de trabajo que permitieran
al personal académico un desarrollo integral y una convivencia armónica. Este
mismo organismo piensa que la educación superior debe ser considerado un bien
público social con repercusiones en la orientación de las actividades de todos
sus actores sociales, directivos, académicos, estudiantes y administrativos,
para asumir los distintos roles a desempeñar con un claro compromiso social y
una alta responsabilidad.
De acuerdo con
estas ideas, García, el al (2008) parafraseando a la UNESCO (2007) cree que el papel
decisivo que puede desempeñar el personal docente en el desarrollo de la
educación superior es decisivo para el éxito de la empresa, así como la importancia
de su contribución al progreso de la humanidad y de la sociedad moderna; tanto
más en la medida que su labor intelectual se proyecta en los procesos de
actualización en su disciplina, en el reforzamiento de sus aptitudes
pedagógicas para la docencia de su disciplina y la mejora de su historial
académico.
Con este
preámbulo, García (2008, p. 97) plantea el enfoque por competencia como una
alternativa idónea para orientar los procesos educativos. Según él el objetivo
de este enfoque pretende lo siguiente:
“El modelo ECD
[Modelo de Evaluación de Procesos Docente] se plantea con el propósito de
orientar las actividades de profesores y directivos en los procesos de
evaluación, con las intenciones por un lado, de resaltar la importancia de la
función docente y contribuir para que la evaluación repercuta principalmente en
mejores prácticas para la enseñanza y el aprendizaje y, por otro, coadyuvar a
la implementación de procesos de evaluación justos y pertinentes”.
Como se
observa en la cita anterior, el modelo por competencia promete ser una teoría
de interés para orientar los procesos de evaluación educativa, sobre todo
porque sus ideales descansan en las siguientes premisas, según García (Ib. p
98):
Premisas
orientadoras en la construcción del modelo ECD:
o “Tomar en cuenta el contexto social
de las instituciones educativas (políticas generales del sector, los programas
especiales, las determinantes de la práctica docente, las condiciones
institucionales, entre otros).
o Reconocer las características
principales de las prácticas de evaluación vigentes, considerando el conjunto
de iniciativas de evaluación del desempeño docente en las instituciones
educativas.
o Tomar como punto de partida las
prácticas existentes.
o Analizar las distintas propuestas
disponibles sobre las competencias docentes para el nivel medio y superior.
o Considerar la oportunidad de
reanalizar diversos aspectos de la educación formal a partir de los
planteamientos del enfoque basado en competencias. Así como reconocer la
polémica y estado de experimentación del enfoque basado en competencias, entre
otras.
Para Mauri, et
al (2007) “la explicación constructivista sociocultural subraya el carácter fundamental
de la actividad del alumno para apropiarse de los contenidos elaborando significado
y atribuyendo sentido al proceso de aprendizaje”. Estos autores sugieren,
además, que la actividad de enseñanza consiste en poner al servicio tipos y
grados de ayuda educativa ajustados a la actividad constructiva que el alumno
ejecuta como protagonista de proceso de aprender. Abordan, igualmente las
teorías de Vygotsky, quien piensa que el sujeto que aprende “puede recibir
estímulo de otros compañeros por su participación en formas de actividad
conjunta y diversas”. Estas estrategias pueden incluir desde actividades de
tutoría entre alumnos y entre docentes, hasta su inclusión en prácticas de trabajo
colaborativo. La concepción constructivista integra todos estos elementos en un
modelo en que ambos procesos de actividad están claramente interrelacionados y
son interdependientes.
Como es
evidente en la propuesta de los autores antes citados, en el modelo
constructivista el alumno construye el conocimiento de manera personal, pero
mediada por la intervención del profesor o de otros alumnos que mayor
competencia, por lo que la actividad conjunta de profesores y alumnos combina
un doble proceso de construcción, saber: el del propio alumno y el de los
profesores que median en la búsqueda constante de la verdad.
El modelo
constructivista, según es abordado por estas autoras, resulta significativo
para los fines que persigue la evaluación de la percepción de los estudiantes
de los programas de maestría que oferta UNAPEC, pues dicho modelo indica que
los estudiantes deben ser los protagonistas del proceso de aprendizaje. Siendo
así, los mismos pueden expresar sus percepciones con conocimiento de
causa.
Mauri (2007,
ib.) además señalan que “la calidad de la propuesta docente se mide por la
capacidad de prestar ayudas educativas ajustadas al alumno que repercutan en la
construcción de conocimientos diversos por el alumno y el logro de los
objetivos educativos. La evaluación será el instrumento del que nos dotaremos
para poder tener elementos de ajuste de la ayuda a lo largo del proceso en que
se genera el cambio o innovación en relación a la construcción del conocimiento
por el estudiante; en definitiva, será el recurso que servirá para poder
mejorar la propuesta docente”.
Es claro,
entonces, que la evaluación, desde este enfoque, es una clave para tomar
medidas para elevar los programas, siempre y cuando la arroje aspectos que así
lo ameriten.
Según De
Camilloni (1998, p. 8) “Si el docente logra centrar su atención en qué y cómo
están aprendiendo sus alumnos, en lugar de concentrarse en lo que les enseña,
se abre la posibilidad de que la evaluación deje de ser un modo de constatar el
grado en que los estudiantes han captado la enseñanza, para pasar a ser una
herramienta que permita comprender o aportar al proceso”.
Es evidente en
esta cita que una de las tareas del docente-investigador es la de evaluar
cuándo es necesario y factible intervenir procesos de formación para introducir
los cambios de mejora.
De la Orden,
el al (1997) ha realizado un trabajo sobre el tema de la evaluación educativa,
analizando las distintas concepciones de calidad
utilizadas en la literatura sobre el tema, con la finalidad expresa de “proponer
un modelo de calidad que intenta superar la consideración aislada de las
características específicas de los distintos componentes del proceso de
aprendizaje (contexto, input, proceso, producto y objetivos del sistema)”.
Según estos autores, la calidad de la educación vendría definida por un
conjunto de relaciones de coherencia entre los componentes de un modelo
sistémico.
De la orden (1997, ib.) afirma, igualmente,
que el énfasis actual en la evaluación se manifiesta en el sector universitario
en el que se proyectan las tendencias evaluativas que apuntan al control de las
empresas. Piensa que en los últimos años, la preocupación por la evaluación
universitaria (profesores, instituciones, programas de postgrado,
fundamentalmente) “constituye un rasgo esencial de la educación superior en los
países más desarrollados”. Como ejemplo, cita a España, país en el que, según
este autor, “la evaluación del profesorado universitario (calidad de la
docencia y productividad científica) es una práctica generalizada; y la
tendencia a converger con las corrientes europeas y americanas en su
preocupación por la calidad de la educación universitaria se refleja
nítidamente en la multiplicación de congresos y reuniones nacionales e
internacionales sobre el tema y en las publicaciones pertinentes”. Sustenta sus
afirmaciones en las Actas del I Congreso Internacional sobre Calidad de la
Enseñanza Universitaria, 1991; Mora, 1991; de Miguel, Mora y Rodríguez (Eds.),
1991; Actas del Congreso Internacional de Universidades, 1992; y en las Actas
del Congreso Internacional de Evaluación de la Calidad, 1996.
Según los aportes de este autor, la
necesidad de evaluación de las instituciones universitarias es obvia, ya que la
educación es una actividad propositiva, intencional, por lo que la
determinación de si se logran las metas es un elemento constitutivo de la propia
acción.
Siguiendo a este autor se reconoce que
en la evaluación universitaria se proyecta la evaluación desarrollada en el
ámbito económico, corriéndose el riesgo de que, al trasladar acríticamente los
procedimientos propios del control económico de la Universidad, puedan
distorsionarse los propios procesos educativos y de la producción científica,
considerándolos como un caso particular de la producción de bienes y servicios
en la perspectiva económica.
Es claro entonces, que el tema de la evaluación de los procesos
docentes, resulta de interés siempre y cuando se toquen los aspectos nodales de
tal proceso, como los que apunta De la Orden en su interesante artículo.
En ese mismo orden, Mollis (1999) piensa que la evaluación de los
procesos docentes universitarios debe ser el resultado de la consulta a todos
los sujetos que protagonizan dicho proceso. Las razones que expone la citada
autora se resumen en la siguiente cita:
“La complejidad y diversidad que constituyen en el campo
evaluativo atentan contra el hecho de que la comunidad universitaria fije en
forma aislada sus parámetros de valor, en respuesta a lo que se ha denominado
responsabilidad externa o accountability –esto es, el requerimiento de mostrar
a uno o más públicos externos que se ha actuado responsablemente y se ha
cumplido con la función social que se le ha asignado–.” (Mollis, 1999, p.
3.)
La idea que esta autora
propone resulta coherente, pues una sólo institución no puede ser, por así
decirlo, juez y parte en sus propios procesos evaluativos, por la razón de que
los resultados de una evaluación de esta naturaleza no resultarían ser ecuánime.
Es por esto que la idea de evaluar procesos de educación desde el punto de
vista de la percepción de los estudiantes, profesores y egresados, incluyendo
la interrelación de la universidad y la empresa, es una labor realizable.
Por su parte, Bernard (2007) define la evaluación educativa, como
“la medida de los niveles de mejora que en el plano del conocimiento y de las
habilidades cognitivas personales aparecen en la conducta de los estudiantes
como consecuencia de las experiencias vividas en el aula y fundamentalmente de
lo que hacen para alcanzar los objetivos educativos asignados a la institución
a través de la programación académica”.
Aunque esta definición se contextualiza en el plano escolar, sus
principios son aplicables igualmente al universitario. Es interesante el
reconocimiento que hace de articular las actividades con los objetivos que se
pretenden alcanzar con las actividades que realizan los alumnos en la vida
diaria.
Un aporte teórico de interés en el campo de la evaluación
educativa es la expuesta por Bernard (2007) cuando reseña los diferentes
paradigmas educativos y sus respectivos sistemas de evaluación. Primero
presenta el conductismo, basado en estímulo respuesta. La evaluación en este
sistema se efectúa por medio de la selección de la respuesta correcta y el
rechazo de las incorrectas. Sus limitaciones están en no admitir cuestiones
nuevas, salvo las que ya se tenían por sabidas, por lo que cuando el estudiante
fallaba se le animaba a intentarlo de nuevo, sin opción a ninguna alternativa
metodológica.
El segundo paradigma ofrecido por Bernard (2007, Ib.) es el
cognitivismo. Esta corriente plantea un sistema de evaluación que se basa en la
técnica del Auto-informe y el Análisis de protocolo. Los dos toman en cuenta
los procesos de aprendizajes defendidos por la psicología del aprendizaje, por
lo que sus postulados creen en la trilogía:
comprensión/almacenamiento/recuperación. La evaluación en este paradigma toma
en cuento todo el proceso docente, y aspectos que externos a la vida escolar
del individuo, lo que resulta de interés teórico para el proceso evaluativo que
estamos proponiendo, ya que el mismo plantea la evaluación de la percepción
desde una óptica pragmática.
Para Zaccagnni (2010, pp. 14-28), hay que tomar en cuenta en todo
proceso de evaluación educativa, el paradigma constructivista basado en el
aprendizaje por descubrimiento. Igualmente este autor describe otros paradigmas
educativos, los cuales, aunque en el marco de la educación argentina, resulta
de interés para el abordaje de la evaluación de cuarto nivel. El primer
paradigma en abordar es la del sujeto pedagógico, concepto que describe el rol
del docente frente a otro tipo de sujeto, los alumnos. El segundo paradigma es
el formalista, con el que se busca que el estudiante adquiera el dominio de la
parte formal de los procesos de aprendizajes y de investigación. Finalmente,
Zaccagnni (2010, Ib.) menciona el paradigma tecnológico, amén de otras
corrientes pedagógicas que el autor convienen en denominar paradigma
tecnológico.
El conocimiento de estos paradigmas resulta necesario para
comprender a qué obedecen las estrategias para la enseñanza que aplican los
docentes de las aulas. El conocimiento de sus líneas pedagógicas sientan las
bases para la asunción de criterios que permitan evaluar el comportamiento
didáctico de cada docente, y también de cada maestrante de cualesquier proceso
de enseñanza.
Abordaje teórico sobre las unidades didácticas
Troyano (2011)
define las unidades didácticas “como un conjunto de unidades de enseñanza-aprendizaje
mediante las que se concreta en última estancia, la programación didáctica”. Este
autor afirma que no existe una única forma de entender o describir una unidad
didáctica, “ya que son diferentes los modos en que podemos analizar y describir
los procesos de enseñanza y aprendizaje”.
Según este autor, el
objetivo de una unidad didáctica es guiar las actividades de los estudiantes y
de los profesores, en un período de tiempo determinado. Las mismas presentan
las siguientes siete ventajas, de acuerdo con Troyano (2011, p. 42):
o
“Favorece la contextualización y la funcionalidad de los aprendizajes.
o
Hace posible las aproximaciones interdisciplinares a los temas
o
Facilita al profesorado la tarea de individualizar las ayudas”, entre
otras.
Según
podemos inferir de este autor, las unidades didácticas son las diferentes
formas, coherentes, de organizar las actividades docentes y de ella depende
mucho la efectividad de la docencia, por lo que si un docente se guía
adecuadamente de una unidad ideal, la percepción que los estudiantes podrán
hacerse del proceso será favorable, trayendo como consecuencia el aumento de la
demanda de los programas ofrecidos.
Este
mismo autor, además, presenta cinco elementos que, según su investigación,
contiene toda unidad didáctica, los cuales son:
o
Justificación de la unidad
o
Los objetivos didácticos
o
Los contenidos
o
La metodológica
o
La evaluación.
Para
Sánchez (1993) la elaboración de una unidad didáctica depende de muchos
factores a considerar. Entre ellos, cita el área de formación del docente (en
cuanto al dominio del contenido, métodos de enseñanza que emplea y la filosofía
de la educación con la que orienta sus clases), la naturaleza del contenido que
enseña, las características del alumnado al que se dirige, los objetivos
docentes y las razones que pudieran justificar dicha actividad pedagógica.
Igualmente,
Sanmarti (2000) afirma que el diseño de “una unidad didáctica para llevarla a
la práctica, es decir, decidir que se va a enseñar y cómo, es la actividad más
importante que llevan a cabo los enseñantes, ya que a través de ellas se
concretan sus ideas y sus intenciones educativas. Una persona puede haber
aprendido nuevas teorías didácticas y puede verbalizar que tiene una
determinada visión acercan de qué ciencia es importante que sus alumnos
aprendan, o acerca de cómo se aprenden mejor las ciencias, pero es en el diseño
de su práctica educativa donde se refleja si sus verbalizaciones han sido
interiorizadas y aplicadas”.
Este
mismo autor, igualmente describe los mismos elementos que citamos de Troyano
(2011). Las mismas que analiza Sánchez (1993) en su artículo, por lo que nos
parece, tomando en cuenta nuestra experiencia docente, que existe convención en
cuanto a los componentes o elementos de una unidad didáctica.
De
Pro (1999) igualmente coincide en abordar la importancia de las unidades
didácticas para el éxito docente. Asegura que la clave está en la coherente
organización de todos sus elementos, de acuerdo a las necesidades de los
estudiantes y a la filosofía institucional.
Tobón
(2006) piensa que la unidad didáctica del siglo XXI debe formularse en base a
las competencias que necesitan desarrollar los estudiantes para ser competentes
en su entorno. A este respecto, la UNESCO (2007) asume cuatro pilares de toda
unidad didáctica, las cuales son: saber ser, saber hacer, saber conocer y saber
convivir. Desglosando estos cuatro saberes, Roa (2013) presenta once
competencias ideales que, aunque las orienta a la enseñanza de primeras
lenguas, contienen principios ideales que pueden ser aplicados a otras áreas y
niveles educativos. De estas, indica que el saber ser es una capacidad en la
que el sujeto que enseña no debe verse como un enseñante, sino como “un creador
de condiciones favorables para que sus alumnos aprendan junto a él”. Además,
indica que el conocimiento no debe ser visto como un fin, sino como un recurso
al servicio del desarrollo de las competencias del área en cuestión.
Así
mismo, Emilio García (2010) dice que “enseñar a aprender es objetivo
prioritario del siglo XXI”, por lo que, aparentemente, las competencias se
colocan por encima del contenido. Y es que, como también señala Roa (2013, ib.)
vivimos en un tiempo de rápidos cambios en todos los órdenes, cambios que
demandan la constante revisión y reformulación de los saberes.
En
definitiva, una unidad didáctica constituye un recurso esencial para orientar
los procesos docentes. La misma está compuesta por justificación (algunas
versiones la denominan fundamentación, mientras otras descripción), objetivos,
competencias, contenidos, estrategias para el aprendizaje, recursos, y
criterios para la evaluación de todo el proceso.
Abordaje teórico sobre el concepto de calidad educativa
Para Mauri (2005) la calidad educativa debe ser considerada
desde “el punto de vista del diseñador de los programas educativos, el punto de
vista del experto en procesos de enseñanza y aprendizaje […] y el punto de
vista del usuario”. En su versión, el diseñador es necesario porque aporta elementos clave sobre los objetivos y
referentes del entorno y de la propuesta tecnopedagógica. En cuanto al experto, considera que éste puede
valorar la propuesta educativa tanto desde el punto de vista del diseño como
desde el punto de vista del uso. Mientras el usuario, puede valorar dimensiones
de uso no necesariamente coincidentes con las consideradas prioritarias por el
diseñador y por el experto.
En esta dimensión tripartita propuesta por este autor, se
define la calidad educativa atendiendo a la efectividad o no de los actores. El
diseñador corresponde al personal docente administrativo encargado de diseñar
los programas educativos, los expertos deben hacer alusión a los académicos e
investigadores encargados de actualizar constantemente tanto a coordinadores
como a maestros para que relacen una labor docente apegada con las necesidades
e interés de los usuarios, quienes, según nuestras inferencias, son los
estudiantes y profesores.
En el mismo sentido, Mauri, et al (2005, ib.) presenta
cuatro planos distintos para el análisis de la calidad de propuestas educativas.
Según la experta, estos cuatro planos son el resultado del cruce de las
dimensiones tecnológica y pedagógica de la interactividad con su doble
concreción en términos de diseño y del desarrollo de la enseñanza. Piensa que
otras dimensiones a tomar en cuenta son las inspiradas “en un modelo de los
procesos de enseñanza y aprendizaje de carácter constructivista social”.
Por lo que es posible entender, esta autora plantea la
calidad educativa como el resultado de la interacción constante de los sujetos
responsables de la enseñanza/aprendizaje, entiéndase maestros, alumnos y
acompañantes; del adecuado empleo de las tecnologías educativas utilizadas para
la enseñanza, y del dominio filosófico de una orientación teórica adecuada. En
este último caso, propone el constructivismo como una perspectiva ideal para
definir la calidad de los procesos educativos. Sin embargo, cree que el
principal indicador de calidad educativa está en la interacción entre docentes
y docentes; docentes y alumnos y las modernas y adecuadas tecnologías para la
enseñanza, como bien se puede inferir de su prosa. Es evidente que los
principios teóricos de esta autora respecto a la calidad educativa y su
análisis, constituyen basamento de interés para aplicarlos a procesos de
evaluación educativa.
Para
Martín, et al (2006) la calidad educativa es una posible consecuencia de cómo
cada maestro concibe su propia inteligencia emocional. Aunque esta hipótesis
que este autor busca defender encuentra sustentación en las respuestas de los
docentes sometidos al estudio, consideramos que hay otros factores que deben
ser tomados en cuenta al momento de establecer los criterios que nos permitan
evaluar la percepción sobre la calidad educativa, tales como los propuestos por
Mauri, et al (2006, Ibídem)
Para González, et al (2004) la calidad educativa debe ser
medida a partir de tres componentes esenciales: el académico, el político y el
ético. Desde el punto de vista académico, los autores sostienen que deben
tomarse en cuenta los fundamentos conceptuales y metodológicos de los programas
educativos, incluyendo la planeación del centro educativo y el perfil académico
de sus principales actores. Respecto al aspecto político, sostienen que hay que
tomar en cuenta la política de la institución acorde con el proyecto del país,
o los países a los que se oferten los programas, vinculándola al área académica.
Mientras el elemento ético, sugieren los autores, debe ser tomado en cuenta
tanto en los evaluadores como en los evaluados, como una manera de evitar el
subjetivismo y enfatizar el trabajo en consenso para “la toma de decisiones y
puesta en marcha de acciones concretas destinadas a incidir en el mejoramiento
educativo”.
González, et al (2004, ib.),
igualmente, menciona como indicadores de calidad educativa el funcionamiento
sistemático y constante de programas de capacitación docente, así como curso
extracurriculares que busquen fortalecer las áreas débiles de los alumnos. Al
mismo tiempo, proponen “la investigación evaluativa” como una línea de acción
que, según ellos, debe ejecutarse en las universidades que pretenden elevar su
calidad educativa.
Según González, et al (2004, pp. 56, 57), el modelo V de
evaluación-planeación (modelo original del autor Jorge González González), el
cual es denominado como “análisis estructural integrativo de organizaciones
universitarias (AEIOU)”, es una herramienta para diagnosticar y atender
problemática complejas en las instituciones universitarias.
En el mismo sentido, el modelo V de evaluación-planeación, afirman
los autores, es aplicable, en caso de evaluaciones que se ejecutan con el fin
de implementar programas de superación permanente de la calidad de los procesos
educativos y sus productos, ya que este modelo “pondera la calidad, eficiencia
y superación del objeto evaluado en diferentes fases y etapas de su
trayectoria”.
Es condición indispensable para la aplicación del modelo
Evaluación-planeación conocer el
universo de estudio con sus niveles, ámbitos y elementos, pues una de
las principales actividades de análisis requiere la caracterización de las
unidades de atención. Con fines dialécticos, su autor propone tres niveles
estructurales del objeto que se estudia, a saber: superestructura, estructura e
infraestructura.
El nivel de superestructura o intencionalidad, como también lo
llama su autor, persigue “abordar procesos complejos: con múltiples factores,
dimensiones, relaciones e interacciones y en trayectoria requiere, en
principio, del reconocimiento de la naturaleza del proceso, de la capacidad de
diferenciar cada uno de esos elementos y entender el papel que desempeña y la
incidencia que ejercen en el entramado y desarrollo del proceso” (González,
2004, p. 60).
Estos son planteamientos que adquieren una importancia de primer
orden porque son los elementos céntricos del referente corporativo. Por ello,
la intención particular de este nivel es definir, delimitar y ubicar el
referente institucional, pues contra este referente se confrontan los resultados
obtenidos en el proceso educativo y se ponderan los diferenciales para detectar
los elementos factibles de superación, de fortalecimiento y de consolidación.
A continuación, presentamos los paradigmas de la calidad educativa
que propone González, et al (2004, pp. 61, 62):
o
“El ámbito de la intencionalidad de una institución de educación
superior puede estar caracterizado de varias formas y estar representado en una
diversidad de documentos. No obstante esa variabilidad, es necesario que su
referente institucional cuente mínimamente con ciertos elementos.
o La intencionalidad incluye varios componentes que expresan el
deber ser –la legalidad a través de la normativa– de la misión en el sentido de
compromisos y responsabilidades que le confieren legitimidad y pertinencia para
la incidencia en el ámbito local, regional o nacional.
o
A su vez, la misión debe ser congruente con el modelo educativo,
la concepción del proceso de enseñanza-aprendizaje y los perfiles del personal
académico y de egresados.
o
También incluye la aspiración, el querer ser a través de su
proyecto general de desarrollo que establece las intenciones proyectadas a
futuro, su visión. Y el plan estratégico que expresa las políticas,
lineamientos, criterios y procedimientos a través de programas permanentes
específicos con metas concretas a corto, mediano y largo plazo para lograr
dichas intenciones. Incorpora la trayectoria histórica y la proyección a
futuro.
Como elementos constitutivos de la superestructura institucional,
los autores presentan los siguientes:
o “Marco institucional: intención, misión, objetivos de la
institución, de la dependencia y del programa evaluado. Proyecto general de
desarrollo, plan estratégico, normas.
o Resultados del programa (producción académica y egresados: número
y eficiencia terminal, producción de tesis, otros).
o Concepción del proceso de enseñanza-aprendizaje, intención,
procedimiento, modelo educativo, orientación”.
Este modelo de evaluación resulta idóneo para observar y
extrapolar sus procedimientos de análisis en ocasiones en que los
procedimientos que a la sazón hemos trazado, no ofrezcan las posibilidades
exigidas por la realidad identificada. Desde esta perspectiva, una evaluación
científica debe atender a la naturaleza multifactorial, en nuestro caso, propia
de los programas que se evalúan. En todo caso, no resultaría suficiente evaluar
sólo uno o dos elementos del conjunto complejo que integra un todo susceptible
de ser investigado. Este es un principio que podemos extraer de la propuesta
teórica del profesor Jorge González González.
Para Domingo (2003) el absentismo fue un factor causante de la
baja calidad educativa en las escuelas de Barcelona, según su estudio.
Evidentemente, este es otro elemento que hay que tomar en cuenta al momento de
evaluar calidad educativa. Por supuesto, la ausencia a las labores académicas
forma parte de un antivalor que desde lejos se sabe que afecta la calidad de la
docencia. Por ello, este factor forma parte de la vertiente ética que debe
caracterizar a los sujetos que hacen vida en las instituciones de educación, en
todos sus niveles. Esto incluye no sólo a los estudiantes, sino a los docentes
y demás autoridades académicas que inciden en la calidad educativa.
Las cuatro definiciones de
absentismo que sustentan el proyecto de Domingo (2003, p. 20) son los
siguientes:
o Es un comportamiento causado por sujetos concretos, cuya
naturaleza última es de tipo biográfico.
o Es un fenómeno construido.
o Tiene un germen fundamental en el funcionamiento
institucionalmente de cada institución educativa.
o Si detección puede ser anticipada mediante la observación de
ciertos indicios de riesgos o de ciertos indicadores.
Desde nuestra perspectiva
de investigación, no nos interesan las causas de este indicador de calidad,
aunque aceptamos que el ausentismo forma parte de una de las características
que se indagan como parte de la percepción de los estudiantes, egresados y maestros
de los programas de Maestría de la Escuela de Graduados de UNEPEC.
Pérez (2006), por su parte,
sostiene que la calidad educativa está estrechamente relacionada con la
eficiencia del funcionamiento de los programas, en el caso concreto de su estudio,
de programas de licenciatura. Sin embargo, este mismo autor sugiere que los
resultados de su investigación son extrapolables a otras áreas y niveles de
educación. Agrega, además, que la evaluación de los programas educativos debe
incluir los momentos siguientes:
1.
Un antes,
referido a la etapa preparatorio o primeros módulos de los programas.
2.
Un durante,
relacionado con los módulos o cuatrimestres que contienen los contenidos
formativos del programa. Es el espacio al que se debe dedicar mayor tiempo y profundidad.
3.
Un después,
referido a los módulos de aplicación de los conocimientos adquiridos, así como
a la etapa en la que los estudiantes deben elaborar y presentar proyectos de
investigación.
Lo que hasta este momento observamos es que las teorías consultadas
referentes a la calidad educativa, toman en cuenta los elementos comunes a los
procesos docentes. Aunque algunos soslayan aspectos de interés fundamental para
la obtención de unos resultados objetivos, otros los abordan desde otras
dimensiones. Esta característica observada en esta literatura permite
extrapolar los principios que mejor respondan a las demandas, según las
necesidades que se vayan presentando.
Abordaje teórico respecto al
proceso de enseñanza aprendizaje
Según inferimos de Doménech (2007) todo proceso de
enseñanza/aprendizaje está conformado por un antes, un durante y un después.
Estas son, sin dudas, las etapas lógicas de todo proceso. De hecho el ser
humano mismo, nace, crece, se socializa y se reproduce y, finalmente, muere.
Sin embargo, el proceso enseñanza aprendizaje tiene sus particularidades. No se
trata sencillamente de etapas que se dan en el tiempo y pasan fortuitamente
para siempre. Más bien, los momentos se implican. El momento introductorio se
convierte en prerrequisito del momento de desarrollo y, sucesivamente, éste
último en prerrequisito del momento culminatorio, llamado en pedagogía: cierre
pedagógico.
Rico, et al (2004), coincide con Demonéch (2007) al esbozar tres
momentos en todo proceso de enseñanza aprendizaje. De acuerdo a este autor, el
momento introductorio es el adecuado para recuperar las experiencias previas de
los estudiantes, pues según Piaget, es necesario partir de la realidad de los
sujetos, puesto que estos aprenden las habilidades gracias a la manipulación
del medio.
Pero desde luego que el proceso de enseñanza/aprendizaje no debe
quedar culminar con los saberes previos de los estudiantes. Rico, et al (2007,
ib.) indica que esa recuperación se saberes debe ser convertida en una fuerte
motivación que impulse a los estudiantes a confrontar sus saberes ya
adquiridos, con los nuevos saberes.
Respecto a este primer momento, Roa (2014, ib.) lo hace coincidir
con el momento empírico, o estudio del área problemática, propio del proceso de
investigación científica. Pero este autor incluso va más allá de estas
inferencias, como se observa en la siguiente cita de Roa (2013, p. 45): “La
forma en que el docente organice sus actividades de aprendizaje, contribuye con
la motivación necesaria para que sus estudiantes se enrolen en el proceso de
desarrollo de competencias propias de la disciplina que se aprende”.
Para este mismo autor, antes de que un docente inicie la etapa de
desarrollo del proceso de aprendizaje debería responder cuatro preguntas
claves: ¿Qué debo enseñar y qué necesitan aprender mis estudiantes? ¿Por qué
debo hacer que mis estudiantes aprendan estos contenidos? ¿Para qué le será
útil aprender esta clase, o realizar tales o cuales actividades? ¿Cómo podré
desarrollar esta clase de forma que resulte significativa para mis estudiantes?
Si estas preguntas no le aportan respuestas satisfactorias al docente, tal vez
deba preocuparse en su propio dominio del proceso docente, añade Roa (2013, p.
75).
Por ello, las actividades del primer momento (las introductorias)
entendemos que dependerán del momento de desarrollo; y a la inversa, las
actividades de desarrollo, dependerán de las actividades introductorias. Esto
es, el docente plasma en su guía o plan de clases, unas actividades acorde con
los objetivos, contenidos y competencias que espera desarrollar en sus alumnos,
los cuales forman parte del segundo momento del proceso. De acuerdo con estos,
el inicia la recuperación de saberes. No obstante, si esta recuperación
descubre que los alumnos no están al alcance de los contenidos programáticos,
por las razones que fueran, tendrá que verse en la obligación de modificar de
una forma u otras, las actividades que tenía pensado desarrollar en ese segundo
momento.
Díaz-Barriga (2002) piensa que el último momento no es en realidad
último, sino el eslabón que enlace la jornada de una unidad didáctica con la
siguiente, aún se trata de intervalos de días entre ellas. Esta idea tiene
sentido, en tanto las nuevas tendencias constructivistas entienden que la
evaluación no debe ejecutarse en un último momento del proceso, sino en todos.
En todo caso, entendemos que las actividades que se realicen en el
cierre pedagógica deben ser orientadas de forma práctica a la resolución de
problemas abordados teóricamente en el momento de desarrollo de la clase.
Desde una perspectiva constructivista y siguiendo a Díaz-Barriga
(2002), entendemos, a manera de ejemplo, que un proceso de
enseñanza-aprendizaje se convierte en un viaje, en el que al principio se
interroga al estudiante para que exprese, implícita o explícitamente, sus
necesidades de aprendizaje. Una vez lo ha hecho, llega al lugar ideal para
satisfacer todas sus inquietudes. Finalmente, al terminar la jornada, regresa a
su casa, pero ahora con nuevas manera de pensar y resolver situaciones de su
medio en base a conocimientos construido en su propio medio. La cuestión
relativa a la coherencia entre una clase y otra, y la congruencia entre los
momentos, encuentran asidero teórico en estas teorías del aprendizaje
(conductismo, constructivismo), que si bien no son las únicas, constituyen una
representación más o menos ideal respecto a cómo debe orientarse un proceso de
clases para obtener resultados halagüeños.
Abordaje teórico sobre las tecnologías
educativas
Según Barroso (2002) nunca se habían multiplicado las tecnologías
como hasta la fecha presente. Esta es una realidad que no debe ser tomada
desapercibida en los procesos de evaluación educativa, si tomamos en cuenta la
siguiente definición de tecnología del Diccionario de Lengua Española Espasa
(2005):
“Conjunto
de los conocimientos, instrumentos y métodos técnicos empleados en un sector
profesional”:
Este concepto reconoce cómo la tecnología rudimentaria fue
desarrollándose conjuntamente con nuevos conocimientos, pasando del arado y el
machete a las industrias manufactureras que produjo la Revolución Industrial
hasta llegar a la era de la información actual. Concomitante con esta
definición, Barroso (2002, pp. 320, 321) afirma que la sociedad “ha pasado por
diferentes revoluciones tecnológicas, que por lo general se encuentran en tres:
agrícola, industrial y de la información”, con lo que respectivamente cada una
de ellas significan en términos tecnológicos. A manera de síntesis, este autor
presenta las siguientes características de la era de la información:
o Globalización de las actividades económicas.
o Incremento del consumo y producción masiva de los bienes de
consumo.
o Sustitución de los sistemas de producción mecánica por otros de
caracteres electrónicos y automáticos.
o Modificación de las
relaciones de producción, tanto social como desde una posición técnica.
o La selección continua de área de desarrollo preferente en la
investigación, ligada al impacto tecnológico, entre otras.
Consideramos que a esta lista hay que añadirle el auge que han
tenido en el presente la denominada Web 2.0, la cual incluye el conjunto de
redes sociales, blog, web, wikis, y otros tantos medios que en el presente
utilizan Universidades que ofertan programas semipresenciales, y en el caso de
otros, programas virtuales en su totalidad. Otras instituciones de educación
superior del presente, si bien no se han subido al tren tecnológico de nuestros
tiempos, cuentan con estas tecnologías como recursos alternativos a la enseñanza.
La efectividad pedagógica dependerá de qué tan aptos sean los docentes en el
uso de estos medios.
Alvarado (2001) afirma que “incorporar las TIC's a la educación se
convierte casi en una necesidad, donde la discusión, más allá de referirse a su
incorporación o no, debe orientarse al cómo elevar la calidad del proceso de
enseñanza-aprendizaje con las mismas y cómo integrarlas de manera tal que lo
educativo trascienda lo tecnológico”.
La categoría de necesidad que admite Alvarado al uso adecuado de las
Tics en la enseñanza-aprendizaje constituye un parecer que encuentra asidero en
las mismas realidades del cibermundo actual, pues, según Merejo (2008), las
generaciones actuales de universitarios tienen acceso a la red desde cualquier
dispositivo móvil, independientemente de su condición social.
Litwin (2005) afirma que “la construcción de la didáctica
tecnológica necesita incorporar las mejores tradiciones de las propuestas de la
tecnología educativa, y también trabajos de base empírica llevados a cabo
mediante rigurosas propuestas de investigación”. Piensa que este objetivo se
puede alcanzar analizando las tecnologías en los contextos políticos, económicos
y culturales del presente interpretando concienzudamente sus utilizaciones
conforme a los intercambios teórico-prácticos sobre la enseñanza.
Ahora bien, según esta autora, todos estos cambios implican, “en
todos los casos, superar análisis dicotómicos empobrecedores, tales como la
tecnofobia o la tecnofilia, y reconocer tanto las visiones artefactuales como
las miradas amplias propias de los períodos iniciales del campo, con el objeto
de volver a una conceptualización enriquecida” (Litwin, 2005, pp. 6-9).
Es evidente que el uso
adecuado de las Tics, y de otras tecnologías educativas, son esenciales para
contribuir a la conformación de la percepción que se van creando los sujetos
sobre los programas docentes. Como señala la autora en la cita supra citada, es
necesario que los actores de los procesos erradiquen los temores a las nuevas
versiones tecnológicas para poder hacer frente a las realidades educativas de
nuestros tiempos porque sin una debida utilización de los recursos tecnológicos
resulta casi imposible obtener beneficios pedagógicos reales, tal y como
sostiene Litwin (2005, pp. 9, 10, Ib.).
Compartimos la afirmación de que si los docentes no saben hacer un
buen uso de los medios tecnológicos, en vez de en una estrategia docente, se
convierten en un obstáculo para la enseñanza-aprendizaje, por lo que la auto
capacitación debe ser una preocupación constante de la población docente de
cualquier institución educativa. Igualmente resultan necesarios los programas
permanentes de capacitación que pueda brindar la institución de educación.
Morer (2002) dice, por un
lado, que algunas universidades han permitido que sus profesores utilicen
herramientas tecnológicas para la enseñanza, pero sólo como recursos
colaterales, sin intención expresa de explotar las nuevas tecnologías en virtud
de la formación de un perfil profesional exigido por nuestros tiempos. Por el
otro lado, Morer (2002, ib) afirma que hay otras universidades que para no
quedar rezagadas respecto a otras, impulsan el uso de las Tics entre su
profesorado. Sin embargo, este autor explica que tanto la una como la otra, si
no asumen las nuevas tendencias de manera significativas, no podrán obtener
resultados pertinentes.
Desde luego, en la actualidad (Enero, 2015) hay decenas de
universidades que ofertan carreras completamente a distancia. En América Latina
son muy conocidas Atlantic International University (AIU), Tecana American
University (TAU), Andragogy American University, Universidad Nacional de
Educación a Distancia (UNED) y otras. Además, hay otras universidades
tradicionales que han incorporado la oferta de carreras de grado y de postgrado
completas. Un ejemplo es la Universidad Autónoma de México (UNAM) y la
Universidad de Harvard. En la República Dominicana algunas universidades
ofrecen asignaturas a distancia, como la Universidad Autónoma de Santo Domingo
(UASD), pero en nuestras exploraciones no hemos encontrado una universidad
dominicana que ofrezca carreras completamente a distancia o virtual.
Area (2009, p. 24) cree que “los medios y tecnologías para la información y comunicación
deben ser considerados algo más que meros soportes físicos,
transmisores de información o simples canales de comunicación
entre un emisor y un receptor. Afirma,
más bien, que “los medios y materiales de enseñanza son artefactos físicos”, cuya
efectividad en la función pedagógica depende del nivel de dominio que tengan
sus usuarios. En el ámbito educativo, los usuarios son los docentes y los
estudiantes, pero más los docentes porque en ellos recae la responsabilidad de
la enseñanza.
Coincidente con estas tendencias tecnológicas, Merejo (2008, ib.)
afirma que “es preciso comprender que
las sociedades de la información y del conocimiento son las que llevan la
hegemonía en el panorama político internacional y las que imponen las reglas de
juego en el plano económico. De ahí que el sentido ético sea comprender que
esto no es moda pasajera o simples ideas vagas, sino nuevas relaciones sociales
tecnológicas que exigen nueva forma de educar, de dirigir la economía y
entender la cultura y los demás aspectos de la sociedad”.
Estas ideas de Andrés Merejo son atinadas, pues en la actualidad
las sociedades que educan en función de los avances científicos y tecnológicos
son aquellas que mayores posibilidades de competitividad internacional pueden
alcanzar. Agrega Merejo (2008) que “las naciones que apenas navegan en las
corrientes de la era de la información y el conocimiento juegan un papel de
subordinación o negociación económica y social en ese panorama, ya que no
pueden imponer ninguna regla de juego”.
Farell (2002) cree que “hoy más que nunca se necesita que todos los docentes de la Educación
Médica estén involucrados en el aprendizaje y dominio de las TIC, teniendo en
cuenta los acelerados ritmos que se están sucediendo en el educando desde los
niveles inferiores y pasando por el nivel medio superior, y hasta el nivel
superior donde se reciben a los estudiantes para formarlos en una especialidad
médica determinada”.
Nosotros agregamos que no sólo los docentes de la
educación media necesitan involucrarse en el aprendizaje y dominio de las Tics;
además los de los niveles, primarios, universitarios, y en nuestro caso
concreto, los profesores de posgrado.
Las razones el mismo Farell (2002, ib.) las
expresa cuando afirma que “en la actualidad no se puede negar que toda la vida
política, económica, social y cultural del globo terráqueo, está íntimamente
ligada a los impactos de las TIC, pues estas formas de globalización de las
tecnologías, acapara un tanto por ciento alto de lo que realiza el hombre
mediante el empleo de las mismas”.
En efecto, coincidimos con Farell al afirmar que
hay una segunda alfabetización, “pues el no saber dominar, hoy día estas
tecnologías, de manera especial por los docentes; así como de otros
profesionales y técnicos de la salud conlleva inexorablemente a capacitar en
tal sentido”.
Es claro, entonces, que la variable relacionada
con el empleo de recursos pedagógicos acordes con las nuevas tecnologías de la
información, cuenta con amplios basamentos teóricos, por lo que contamos con
antecedentes y líneas esclarecedoras que nos permitirán encarrilar nuestra
investigación por el rumbo de las demandas educativas de esta segunda década
del siglo XXI.
Abordaje teórico respecto a los
modelos de investigación
La expresión “modelo de investigación” hace referencia a la última
de nuestro cuadro de variables e indicadores de investigación y se refiere a la
orientación teórico-práctica que sigue una institución de educación superior
para orientar sus investigaciones. Por ello, se incluye en esto los fundamentos
filosóficos de la investigación, el protocolo institucional asumido, el cual
incluye: sistemas de asesorías, líneas de investigación, esquemas y formatos
para la redacción, y los criterios para la posterior defensa del resultado de
la investigación.
Sabino (2007) presenta tres momentos que deben ser recorridos al
momento de aventurarse a realizar una investigación. Este autor se refiere a un
primer momento de estudio del problema, en el que se delimita el tema, se
establecen los objetivos, se estratifican en variables e indicadores y se
justifica la investigación, previa confrontación de antecedentes de hechos.
Respecto al segundo momento, Popper (1985) coincide con Sabino
(2007) al presentar una lógica argumental necesaria para concebir el marco
teórico de una investigación científica. Pondera la necesidad de que las
literaturas revisadas deban estar de acuerdo con el primer momento, deben ser
una respuesta teórico-lógica a la formulación empírica de un problema que debe
ser resuelto a través de un proceso científico.
Igualmente, Hernández (2006) comparte con los dos autores supra
citados en exponer la idea de que los momentos investigativos deben implicarse
en función de necesidades coherentes. Por ello, el tercer momento, relativo a
la conformación del Diseño metodológico de la investigación debe expresar,
gracias a las documentaciones informativas producto del Marco teórico, el tipo
de investigación que se está realizando, así como los métodos, técnicas procedimientos
metodológicos, explicación de nomenclatura, entre otros.
Descartes (1637, impresión de 2008) es un pensador que describe
con un alto grado de rigurosidad y lógica las etapas de la investigación
científica. Sus hallazgos han resultados tan coherentes que los autores del
tema quienes le han sucedido hasta
el presente, hacen constante referencia
al discurso del método cartesiano, como generalmente se le conoce en algunas
instituciones educativas.
En términos filosóficos,
Karl Popper (1985) dice: “creo que toda ciencia es cosmológica, y, en mi
caso, el único interés de la filosofía, no menos que el de la ciencia, reside
en los aportes que ha hecho a aquella; en todo caso, tanto la filosofía como la
ciencia perderían todo su atractivo para mí si abandonasen tal empresa”. Esta es una orientación filosófica que pude
orientar las investigaciones de una determinada empresa. Especialmente aquellas
que trascienden las parcelaciones que las instituciones en ocasiones hacen de
la ciencia, con fines academicistas. No obstante, Roa (2011) entiende que uno
de los problemas actuales en las investigaciones de algunos, ha sido la
pretensión de querer aplicar procedimientos metodológicos propios de ciencias
formales a las ciencias sociales, dentro de las que caben la educación,
lingüística, sociología, entre otras.
Respecto al protocolo de investigación, o esquemas para
investigar, no existe un único modelo, según Sabino (2007, ib.), pero sí existe
una lógica de la investigación a la que todo esquema debe responder, según
Popper (1985, ib.)
También Roa (2013, p. 59) sugiere, respecto al protocolo, la
formación y ejecución de un “comité de tesis integrado por doctores en el área
para que fomenten la reflexión y construcción epistemológica del saber; y evalúen,
aprueben y desaprueben propuestas de tesis, partiendo de criterios comúnmente
definidos y publicados”.
López (2008) es otro autor que pondera la idea de que las
instituciones de educación superior hagan funcionar tribunales de tesis, con
criterios bien definidos, de manera que puedan ser del conocimiento, tanto de
asesores como de tesistas.
Consideraciones finales
La revisión de la literatura que hasta el momento hemos
presentado, pone de relieve un conjunto amplio de posibilidades favorables para
impulsar la calidad educativa, partiendo de la percepción que la sociedad tiene
sobre ésta. Es indispensable, por tanto, comprender que el concepto de
percepción, desde la perspectiva que lo hemos presentado, resulta de interés
esencial para la permanencia, crecimiento o descrecimiento y desaparición de
una determinada institución de educación superior.
Respecto al concepto de evaluación, es necesario realizarlo desde
diversas perspectivas, tomando en cuenta a todos los actores que hacen vida
académica en la institución de educación. El objetivo de la misma no debe ser
la difusión de falsas expectativas, pues tarde o temprano la efectividad del
programa pudiera ser constatado, con la posibilidad de que las consecuencias
negativas para la permanencia de la empresa.
Es importante evaluar de forma asidua.
La calidad educativa, igualmente debe ser medida a partir de
estándares medibles y fundamentados teóricamente. Algunos de los factores a
tomar en cuenta implican las unidades didácticas, los procesos de enseñanza
aprendizaje, los modelos educativos y de educación, entre otros abordados en
nuestra reflexión.
Finalmente, las instituciones de educación que funcionan ajenas a
las realidades propias del mundo de la información que propone Barroso (2002),
pudieran verse expuesta a desaparecer del mercado educativo, debido a que tal
descontextualización pudiera contribuir a la formación de una percepción
negativa de sus programas.
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